De William Ospina
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Una carta para el Presidente Chávez
Lunes 21 de enero de 2008
Señor Presidente: Siempre he pensado que, a diferencia de lo que sostiene el gobierno colombiano, lo que hay en Colombia es un conflicto armado que tiene que ser resuelto por la vía de una negociación política.
Siempre he pensado que, sin borrar por ello los numerosos crímenes que han cometido y que siguen cometiendo, los guerrilleros tuvieron en sus primeros tiempos una razón política para su insurgencia.
Siempre he creído que el Estado colombiano se equivocó desde el comienzo en el manejo que le ha dado a ese conflicto. El propio gobierno actual, por la voz del Presidente de la República, ha admitido que una de las causas de la existencia de las guerrillas fue la irresponsabilidad del Estado, su falta de decisión para garantizar los derechos de la comunidad, la falta de presencia estatal en muchas regiones del país.
Creo que desde hace muchas décadas la exclusión, la falta de oportunidades, un régimen de privilegios para unos sectores y de desprotección para muchos otros, favorecieron el que en Colombia se apelara a la violencia para dirimir los conflictos de todo tipo.
El gobierno actual ha declarado repetidas veces que está haciendo un esfuerzo serio por corregir todo lo que no supieron enfrentar otros gobiernos durante mucho tiempo, y creo que es verdad que hay un esfuerzo de autoridad, de administración, de justicia. Nadie puede hoy desconocer que en Colombia ha disminuido la violencia, el secuestro, las masacres, y que se siente una presencia más decidida de las fuerzas estatales en el territorio.
Sin embargo, estamos lejos de haber accedido a una democracia como la que verdaderamente necesitamos. Todavía en las regiones el sistema electoral es presa de toda suerte de presiones y de violencias, muchos partidarios del gobierno actual han sido también partidarios del paramilitarismo, que produjo en los últimos veinte años en Colombia un verdadero holocausto, y muchos otros son cómplices de vastos e intrincados fenómenos de corrupción.
Creo por ello que no estamos en condiciones de decir que la nuestra sea una democracia ejemplar, y que no hay motivos para criticarla. Es más, el propio Presidente de la República ha negado con su discurso muchas de las cosas que predica en su ideario político, pues ha sido capaz de acusar de guerrilleros y de bandidos a miembros del Congreso elegidos por la voluntad popular, que no hacen otra cosa que cumplir con su derecho de ejercer la oposición, ateniéndose a las normas constitucionales.
En esas condiciones es justo que haya quien dude todavía de que el Estado colombiano haya sido capaz de reformar sus viejas prácticas excluyentes y corruptas, que incluso apelaron abiertamente a la violencia para perseguir y acallar a la oposición. Nadie ignora que el Frente Nacional, que le dio paz a Colombia por quince años, se la quitó después por treinta, pues fue la incubadora de muchos de los males contemporáneos: estimuló con su clausura de la democracia el crecimiento de fuerzas insurgentes, abrió camino a la corrupción, al volver el Estado el contubernio de un bipartidismo que no se fiscalizaba, y estimuló nuevamente, como en tiempos de la primera violencia, la práctica de la justicia privada, mediante el apoyo a las autodefensas que degeneraron en toda suerte de fenómenos paramilitares.
Hay importantes intelectuales que piensan que en momentos en que un Estado está emprendiendo su transformación hay que ayudarle acallando las críticas y celebrando sólo cada uno de sus avances. Yo creo que ese es un proceso equivocado. Cuando han sido tantos y tan largos los males, la democracia sólo se abre camino si cada ciudadano comprende que los avances democráticos no son graciosas concesiones del Estado a los ciudadanos sino derechos largamente postergados, y es más necesario que nunca señalar los errores para hacer madurar a la comunidad en el conocimiento de sus derechos.
Durante treinta años, desde el comienzo del Frente Nacional, Colombia no hizo más que acumular problemas que nadie resolvía. Las guerrillas de las Farc, del Eln, del Epl, del M-19, el narcotráfico, la corrupción, los paramilitarismos, fueron el balance de esa época de mediana actividad administrativa pero de total ineptitud política para enfrentar los problemas y encontrarles soluciones democráticas.
La primera prioridad de las soluciones políticas es garantizar la mayor tranquilidad ciudadana posible. Aquí en cambio se vio la guerra como el único mecanismo para manejar unos problemas que tenían causas objetivas, que tenían, por decirlo así, una primitiva justificación política. ¿Quién podrá negar hoy que todas esas guerrillas nacían de un Estado excluyente y de una sociedad autoritaria en la que no se acababa de creer en los derechos de los ciudadanos, en que se negaban los derechos de los sindicalistas, los argumentos de los estudiantes, los reclamos de los campesinos, y todo era descalificado torpe y gratuitamente como agitación y como terrorismo?
Por ese camino se empujó a muchos sectores a sucumbir en manos del resentimiento, y se agravó el odio que esos campesinos y esos rebeldes sentían frente al Estado. Más grave aún: década tras década se alimentaron con recelos recíprocos los odios hasta convertir unos conflictos menores en una guerra gigantesca, que no deja de existir por el hecho de que algunos le nieguen ese nombre.
El gobierno colombiano afirma que en los últimos cinco años entre cincuenta y setenta mil guerreros enfrentados a la ley se han desmovilizado. ¿No debería eso hacernos pensar a los colombianos que hemos vivido un conflicto, que de verdad hemos pasado por una crisis muy profunda, y que algunos de los elementos motivadores de esa crisis no han sido removidos todavía?
Ahora bien, en días pasados, y movido, estoy seguro, por su voluntad de ayudar a Colombia a superar sus problemas, usted, señor Presidente, ha afirmado dos cosas sobre las que pienso que es necesario meditar. Primero, ha declarado que se debe reconocer la existencia del conflicto, e incluso el carácter de ejércitos insurgentes de las Farc y del Eln. Tal vez sea verdad, porque creo que sólo reconociéndolos como adversarios políticos es posible negociar políticamente con ellos. Pero está claro que el primer paso tendrían que darlo las guerrillas mismas, dejando en libertad a todos los secuestrados que mantienen en condiciones infrahumanas, y demostrando que acogen, no como una imposición exterior sino como una convicción íntima, las normas del Derecho Internacional Humanitario.
Su segunda declaración, señor Presidente, es más discutible. Ha dicho usted que las Farc tienen un proyecto político bolivariano que en Venezuela es respetado. Allí me veo en la obligación de disentir. Si usted llama bolivariano a su propio proyecto, me parece que comete un grave error al compararlo con el de las Farc. Porque hasta donde yo lo advierto, el proyecto bolivariano de Venezuela ha sido siempre un proyecto democrático, que no ha ejercido violencia contra el Estado ni contra la sociedad venezolana. Las Farc y el Eln le deben a Colombia demasiados muertos y demasiados secuestrados, demasiados asaltos a las aldeas y demasiada crueldad e insensibilidad, como para que puedan equipararse a un proyecto mucho más respetuoso de la sociedad y de la comunidad como es el proyecto de la República Bolivariana de Venezuela.
Yo ignoro si usted y su movimiento están logrando transformar para bien a la sociedad venezolana; sé que lo han intentado con instrumentos legítimos, apelando a las mayorías, sin atropellos y sin violencia, y eso me merece todo el respeto.
Tal vez si las guerrillas cambiaran sus métodos y sus propósitos podrían aspirar algún día a ser reconocidas como una alternativa política por la sociedad. Pero yo no puedo ver hoy a las guerrillas colombianas como proyectos de civilización. Siento que la lucha de cuatro décadas los ha endurecido, los ha envilecido, y los ha alejado demasiado de la sensibilidad popular. Es más, sus principales víctimas suelen ser los sectores populares.
Si pienso que el conflicto colombiano debe ser resuelto por medio de una negociación política no es porque piense que las Farc son una alternativa de civilización para Colombia. Es porque sé que su derrota militar es improbable, y que Colombia tendría que invertir una parte considerable de su trabajo y de su producción, una parte vital de su riqueza, para combatir por décadas a una guerrilla que no está en condiciones de tomarse el poder pero sí de impedir el progreso de la comunidad, la inversión en educación, en salud, en vías, en modernización, en protección de la naturaleza.
Es más, me atrevo a decir que muchos de los que siguen sosteniendo que la alternativa frente a las guerrillas es la guerra sin cuartel, sin descontar que haya algunos ingenuos que crean en la posibilidad de esa victoria, en realidad son personas y sectores interesados en que el Estado colombiano siga gastando todos sus recursos en una guerra estéril, para que no pueda enfrentar otros males que nos carcomen y nos desgastan, como el narcotráfico, por ejemplo. Para decirlo con todas sus sílabas, pienso que hay quienes se benefician de la guerra, quienes pescan en río revuelto, y son los que más le echan fuego a un conflicto que podría resolverse de otra manera.
El colombiano no es un insoluble conflicto religioso como en Oriente, ni un conflicto cultural como el que vagamente alimenta el terror de ETA, es un conflicto económico y político con un sustrato cultural perfectamente corregible en el marco de una negociación que incluya educación, promoción, integración social y formación en valores ciudadanos. Es más, creo que la negociación es necesaria precisamente porque sé que veinte mil hombres en armas no podrán apoderarse de una nación de cuarenta millones de personas que tienen sus esperanzas puestas en otros proyectos personales y sociales.
Casi cualquier negociación verdaderamente patriótica y pragmática en términos económicos y políticos será menos ruinosa que una guerra interminable.
Por eso pienso que usted no puede confundirse. Usted, señor Presidente, puede mediar para que la negociación política se dé. Pero no creo que le convenga echar sobre los hombros de su movimiento pacífico y democrático todos los crímenes inexplicables de una guerrilla endurecida e insensible. Por ello su discurso debe ser más reflexivo. Esas cadenas con las que los guerrilleros cargan a los secuestrados en las selvas no tiene por qué asumirlas un proyecto como el de la República Bolivariana, que hasta ahora se ha caracterizado por su vocación pacífica y por su espíritu democrático. De una total claridad en ese sentido depende el que usted pueda ayudar de verdad a Colombia a superar su conflicto de casi medio siglo. Reciba un saludo cordial de un colombiano que lo respeta y que lo admira.
NO PUEDO VER HOY A LAS GUERRILLAS COLOMBIANAS COMO PROYECTOS DE CIVILIZACIÓN.
William Ospina____________________________________________________________________
Chávez no me parece tan demócrata, pero sin duda su proyecto ha llegado hasta donde ha llegado por vías democráticas. No obstante, con suficiente difusión de debate, las mayorías han demostrado que saben autoregular las pretenciones antidemocráticas y potencialmente autodestructivas de sus caudillos, como sucedió en el último referendo en Venezuela. Me parece interesante la posición de este colombiano chavista de nombre William Ospina.
José Valencia
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