Mi tierra - Individualidad de las responsabilidades
Soy costeño y soy samario a mucho honor y sin embargo, ello nunca me ha impedido ser crítico de lo que pueden significar para propios y ajenos ambas condiciones. Para mí ser costeño nunca, desde mi más temprana formación, ha implicado la vulgaridad, por ejemplo, aunque muchos costeños día a día confirmen tal imagen degradada como forma fácil de construir y apoyar sus identidades individuales sobre concepciones llanas de una identidad cultural, colectiva. La costa para mí es mucho más: es apertura, flujo de aire en las playas y de sentimientos claros en la gente.
Como samario debo decir que me avergüenza el protagonismo deshonroso que mi departamento ha tenido en los días y semanas recientes del acontecer público nacional. Quiero hacer énfasis en que hoy me avergüenzo de ser costeño por cuenta de la parapolítica en la costa, de manera antisimétrica a como me enorgullecen los logros y las vidas de muchos otros congéneres. Quiero subrayar que el deber de todos los samarios es trabajar por constituirnos en fuentes de orgullo para nuestra región, nuestro país y nuestra especie. De la misma manera en que a los asesinos hay que reprocharles que, entre otras cosas, pongan al resto de la gente a pensar, hablar y actuar en terrenos bajos, a los políticos corruptos debemos reprocharles el ponernos a hablar y a pensar en torno a hechos de un olor de fondo muy desagradable.
Hace casi seis años que salí de mi tierra a estudiar, primero en Popayán y luego en Bogotá. Desde cerca y luego desde lejos he podido saber, a partir de los trazos que, amigos, familiares e interlocutores ocasionales costeños me han compartido sobre la suerte de la costa atlántica colombiana, del tamaño del dominio paramilitar en mi región.
Salí de mi tierra a los 16 años y durante el lapso en que en ella permanecí, percibí el fenómeno de "las convivir" como importado de otras regiones del país, específicamente los santanderes. Percibí las lamentables mal llamadas "limpiezas sociales" por ellas adelantadas como manifestación de una dominación externa que victimizaba a mi tierra. No me correspondió vivir la época de la marimba, pero relatos como este dan cuenta de la trayectoria larga de los lazos entre Santa Marta y narcotráfico; de la importancia de una bonanza tal vez poco publicada que se camufló como éxito agrario nacional netamente cafetero y de otros fenómenos de escala nacional como la "ventanilla siniestra". "Nacho" Vives, por ejemplo, percibido por las masas en las que crecí como un político que, aunque ladrón, figuraba también como benefactor y contestario político de talla nacional, en realidad fue al parecer un simple senador que le hizo "lobby" al narcotráfico.
Todo esto me avergüenza reconocerlo a mí, samario de extracción socioeconómicamente catalogable como "clase media". Las responsabilidades son indviduales, ya todos sabemos ese rollo, pero todo esto me toca a mí, personalmente. Me interesa poder visualizar de manera completa la forma en que los silencios elocuentes que alrededor de todo lo que significara violencia rodearon durante mi niñez los temas que antes -no sé si de manera clara- he intentado relatar, contribuyeron a que el país completo llegara a niveles tan altos de dominio paramilitar. La costa no hace bien en justificarse detrás de la tesis del abandono del estado, porque en tal justificación cobija a aquellos que usaron el poder de las armas para imponer un proyecto político desde el mismo estado.
Sin embargo, logro percibir que detrás de todos los escándalos recientes y de todo el ruido, se camuflan discusiones de fondo que sólo se adelantan en el terreno de lo abstracto, pero que desaparecen de la luz pública cuando se gana claridad sobre la pobre calidad humana de los postulados que les sirven de base, y que aquí he llamado sin rodeos "postulados basura". Por ejemplo, muchos gustan de señalar los defectos de la democracia y la conveniencia teórica de sistemas políticos como la dictadura, la mano dura, de hierro si es el caso. A veces se nombra el caso chileno como uno en el que se causó un auge económico a costa de mucho sufrimiento humano, pero auge económico al fin. ¿Cuántas veces, ante la ira que provoca en los colombianos una guerrilla que obstaculiza el progreso de toda una nación, no escuchó usted voces airadas que pedían "plomo" y sufrimiento para los guerrilleros? Yo no olvido Bojayá, ni las motosierras, pero la atrocidad me induce vómito y me aplasta desde adentro. Hacen falta decisiones radicales políticas y éticas en contra de la ilegalidad. Y me gusta denominar tal causa como un enfrentamiento frontal de la ilegalidad, porque en este espacio he tenido ocasión de señalar cómo el narcotráfico no me molesta ni pienso, ha debastado a Colombia, por narco ni por tráfico, sino por ilegal, mafioso y desafiante frente al estado.
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Apuntes incómodos.
Si las responsabilidades fueran colectivas no habría forma de implementar medidas cuyo fin sea persuadir a individuos en el futuro de no incurrir nuevamente en las conductas cuyas consecuencias padecemos hoy. Luego la importancia de resaltar el carácter individual de las responsabilidades pertenece al terreno de la conveniencia práctica y no necesariamente al terreno de la verdad. Por ejemplo, a nadie le agrada la imagen de un Fernando Botero o incluso, en caso de que finalmente se investigara con rigor y se demostrara su culpabilidad, de un Ernesto Samper, impunes, pero el deseo de que ellos reciban castigos como forma de representar y realizar una renovación nacional de la política y de los negocios en general, no prevalece en el terreno de una verdad en la que hubo una connivencia real de décadas entre varias esferas de la sociedad colombiana y el narcotráfico. O si no, vaya a la ventanilla siniestra del Banco de la República, allí le informan. No obstante, una responsabilidad colectiva es una que pertenece a un conjunto de individuos. El meollo está en la visión de los colectivos como entes con vida, fines y mecanismos propios de reproducción, separados de los fines de sus individuos constitutivos. Supongo que aquí habrá una discrepancia entre abogados y sociólogos, porque lo cierto es que un juez no puede hacerle preguntas o encarcelar a un colectivo, a la costa atlántica, el eje cafetero o el departamento del Casanare, por ejemplo (sino a sus líderes, víctimas y victimarios o ambas cosas a la vez).
La conveniencia práctica de la individualidad de las culpas, antes señalada, consiste también en que para poder llegar a una conclusión global que cuestione a partes grandes de una sociedad, hay que empezar con documentar las actuaciones, las decisiones e incluso las justificaciones de individuos y particulares directamente implicados y aplicar sanciones que correspondan. Los colectivos se pueden desvanecer en una bruma verbal pero a los individuos se les puede sujetar, detener e interrogar. Individualizar las responsabilidades es una cuestión de método, y como método apropiado para esclarecer la verdad histórica colombiana de las últimas décadas, debe contar con el apoyo de toda la nación, pero ello no debe obstar para el avance de la elaboración colectiva de reflexiones de largo alcance, ya iniciadas, que exploten la oportunidad grande que los procesos judiciales de alto nivel de nuestros días, ponen a disposición de todos.
Como samario debo decir que me avergüenza el protagonismo deshonroso que mi departamento ha tenido en los días y semanas recientes del acontecer público nacional. Quiero hacer énfasis en que hoy me avergüenzo de ser costeño por cuenta de la parapolítica en la costa, de manera antisimétrica a como me enorgullecen los logros y las vidas de muchos otros congéneres. Quiero subrayar que el deber de todos los samarios es trabajar por constituirnos en fuentes de orgullo para nuestra región, nuestro país y nuestra especie. De la misma manera en que a los asesinos hay que reprocharles que, entre otras cosas, pongan al resto de la gente a pensar, hablar y actuar en terrenos bajos, a los políticos corruptos debemos reprocharles el ponernos a hablar y a pensar en torno a hechos de un olor de fondo muy desagradable.
Hace casi seis años que salí de mi tierra a estudiar, primero en Popayán y luego en Bogotá. Desde cerca y luego desde lejos he podido saber, a partir de los trazos que, amigos, familiares e interlocutores ocasionales costeños me han compartido sobre la suerte de la costa atlántica colombiana, del tamaño del dominio paramilitar en mi región.
Salí de mi tierra a los 16 años y durante el lapso en que en ella permanecí, percibí el fenómeno de "las convivir" como importado de otras regiones del país, específicamente los santanderes. Percibí las lamentables mal llamadas "limpiezas sociales" por ellas adelantadas como manifestación de una dominación externa que victimizaba a mi tierra. No me correspondió vivir la época de la marimba, pero relatos como este dan cuenta de la trayectoria larga de los lazos entre Santa Marta y narcotráfico; de la importancia de una bonanza tal vez poco publicada que se camufló como éxito agrario nacional netamente cafetero y de otros fenómenos de escala nacional como la "ventanilla siniestra". "Nacho" Vives, por ejemplo, percibido por las masas en las que crecí como un político que, aunque ladrón, figuraba también como benefactor y contestario político de talla nacional, en realidad fue al parecer un simple senador que le hizo "lobby" al narcotráfico.
Todo esto me avergüenza reconocerlo a mí, samario de extracción socioeconómicamente catalogable como "clase media". Las responsabilidades son indviduales, ya todos sabemos ese rollo, pero todo esto me toca a mí, personalmente. Me interesa poder visualizar de manera completa la forma en que los silencios elocuentes que alrededor de todo lo que significara violencia rodearon durante mi niñez los temas que antes -no sé si de manera clara- he intentado relatar, contribuyeron a que el país completo llegara a niveles tan altos de dominio paramilitar. La costa no hace bien en justificarse detrás de la tesis del abandono del estado, porque en tal justificación cobija a aquellos que usaron el poder de las armas para imponer un proyecto político desde el mismo estado.
Sin embargo, logro percibir que detrás de todos los escándalos recientes y de todo el ruido, se camuflan discusiones de fondo que sólo se adelantan en el terreno de lo abstracto, pero que desaparecen de la luz pública cuando se gana claridad sobre la pobre calidad humana de los postulados que les sirven de base, y que aquí he llamado sin rodeos "postulados basura". Por ejemplo, muchos gustan de señalar los defectos de la democracia y la conveniencia teórica de sistemas políticos como la dictadura, la mano dura, de hierro si es el caso. A veces se nombra el caso chileno como uno en el que se causó un auge económico a costa de mucho sufrimiento humano, pero auge económico al fin. ¿Cuántas veces, ante la ira que provoca en los colombianos una guerrilla que obstaculiza el progreso de toda una nación, no escuchó usted voces airadas que pedían "plomo" y sufrimiento para los guerrilleros? Yo no olvido Bojayá, ni las motosierras, pero la atrocidad me induce vómito y me aplasta desde adentro. Hacen falta decisiones radicales políticas y éticas en contra de la ilegalidad. Y me gusta denominar tal causa como un enfrentamiento frontal de la ilegalidad, porque en este espacio he tenido ocasión de señalar cómo el narcotráfico no me molesta ni pienso, ha debastado a Colombia, por narco ni por tráfico, sino por ilegal, mafioso y desafiante frente al estado.
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Apuntes incómodos.
Si las responsabilidades fueran colectivas no habría forma de implementar medidas cuyo fin sea persuadir a individuos en el futuro de no incurrir nuevamente en las conductas cuyas consecuencias padecemos hoy. Luego la importancia de resaltar el carácter individual de las responsabilidades pertenece al terreno de la conveniencia práctica y no necesariamente al terreno de la verdad. Por ejemplo, a nadie le agrada la imagen de un Fernando Botero o incluso, en caso de que finalmente se investigara con rigor y se demostrara su culpabilidad, de un Ernesto Samper, impunes, pero el deseo de que ellos reciban castigos como forma de representar y realizar una renovación nacional de la política y de los negocios en general, no prevalece en el terreno de una verdad en la que hubo una connivencia real de décadas entre varias esferas de la sociedad colombiana y el narcotráfico. O si no, vaya a la ventanilla siniestra del Banco de la República, allí le informan. No obstante, una responsabilidad colectiva es una que pertenece a un conjunto de individuos. El meollo está en la visión de los colectivos como entes con vida, fines y mecanismos propios de reproducción, separados de los fines de sus individuos constitutivos. Supongo que aquí habrá una discrepancia entre abogados y sociólogos, porque lo cierto es que un juez no puede hacerle preguntas o encarcelar a un colectivo, a la costa atlántica, el eje cafetero o el departamento del Casanare, por ejemplo (sino a sus líderes, víctimas y victimarios o ambas cosas a la vez).
La conveniencia práctica de la individualidad de las culpas, antes señalada, consiste también en que para poder llegar a una conclusión global que cuestione a partes grandes de una sociedad, hay que empezar con documentar las actuaciones, las decisiones e incluso las justificaciones de individuos y particulares directamente implicados y aplicar sanciones que correspondan. Los colectivos se pueden desvanecer en una bruma verbal pero a los individuos se les puede sujetar, detener e interrogar. Individualizar las responsabilidades es una cuestión de método, y como método apropiado para esclarecer la verdad histórica colombiana de las últimas décadas, debe contar con el apoyo de toda la nación, pero ello no debe obstar para el avance de la elaboración colectiva de reflexiones de largo alcance, ya iniciadas, que exploten la oportunidad grande que los procesos judiciales de alto nivel de nuestros días, ponen a disposición de todos.
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