Autoridad Moral
Ya saben que pienso que para que algo sea cierto o no, la autoridad moral de quien lo enuncia no cumple función alguna. Puede ser indicador de su cinismo, pero no de la falsedad de lo dicho. Los "pero tú también" o "y quién eres tú para venir a decirme eso?" se me hacen supremamente inofensivos, infantiles y de muy poco alcance.
Por supuesto que estoy hablando del cinismo del ex-presidente Samper y el rechazo del presidente Uribe a recibir críticas del ex-presidente Gaviria por no considerarlos autoridades morales para hablar en contra de la corrupción (y la politiquería, juajuajuajua! uribito), el narcotráfico y de la inflitración de redes de poder local en política. Qué más da? Todos tienen "derecho" a abalanzarse en coletazos predecibles de mutuas inculpaciones, pero pienso que debería primar el deber de guardar la dignidad y evitar la hipocresía. Quiero decir, asumir los errores del pasado como errores y destacar lo destacable como aciertos. A pesar de que lo recientemente sabido y aún pendiente por saberse sobre el nivel de criminalidad y bajeza ética al que llegaron quienes se relacionaron y después se beneficiaron a partir del contacto con el fenómeno paramilitar en Colombia no deja de ser sorprendente en cuanto a eso, sus niveles, la noticia en sí no es tan sorprendente. El país entero, aguarda, paciente, sin amnesia ni los niveles de sorpresa exagerados que son generados y explotados por los medios, a que el despliegue de institucionalidad con que nos ha estado honrando la fiscalía y otros organismos de control, lleve a unos efectos contundentes y justos.
El fenómeno paramilitar, profundamente arraigado, ha permeado profundamente a Colombia, especialmente después del fracaso del Caguán. La opinión entera se paramilitarizó. Esa misma opinión que hoy se preocupa y se indigna más por la visibilidad de la corrupción que de su existencia. Como si algo fuera más grave no por suceder, sino por salir anunciado en algún medio de comunicación masivo. Puede que esa sorpresa sea la misma que en la opinión genera el saber que la paramilitarización está siendo castigada en niveles altos de poder, esa misma paramilitarización por ella tolerada, aceptada como mal menor. En ese caso, la sopresa hipócrita sería el refugio al que quedaría reducida esa opinión al caer en la cuenta de la podredumbre presente en sus anteriores simpatías, a propósito de la posibilidad que los recientes acontecimientos nos ha dado, de ver desplegadas las consecuencias hasta las que se puede llegar a causa de haber aceptando postulados basura.
Los colombianos que sabemos tenemos que construir el país que queda, repito, esperamos serenos a que sean "descabezados" efectivamente de sus dignidades quienes tengan responsabilidades que asumir, pero ello al margen de tanta bulla y sorpresa exagerada.
Por supuesto que estoy hablando del cinismo del ex-presidente Samper y el rechazo del presidente Uribe a recibir críticas del ex-presidente Gaviria por no considerarlos autoridades morales para hablar en contra de la corrupción (y la politiquería, juajuajuajua! uribito), el narcotráfico y de la inflitración de redes de poder local en política. Qué más da? Todos tienen "derecho" a abalanzarse en coletazos predecibles de mutuas inculpaciones, pero pienso que debería primar el deber de guardar la dignidad y evitar la hipocresía. Quiero decir, asumir los errores del pasado como errores y destacar lo destacable como aciertos. A pesar de que lo recientemente sabido y aún pendiente por saberse sobre el nivel de criminalidad y bajeza ética al que llegaron quienes se relacionaron y después se beneficiaron a partir del contacto con el fenómeno paramilitar en Colombia no deja de ser sorprendente en cuanto a eso, sus niveles, la noticia en sí no es tan sorprendente. El país entero, aguarda, paciente, sin amnesia ni los niveles de sorpresa exagerados que son generados y explotados por los medios, a que el despliegue de institucionalidad con que nos ha estado honrando la fiscalía y otros organismos de control, lleve a unos efectos contundentes y justos.
El fenómeno paramilitar, profundamente arraigado, ha permeado profundamente a Colombia, especialmente después del fracaso del Caguán. La opinión entera se paramilitarizó. Esa misma opinión que hoy se preocupa y se indigna más por la visibilidad de la corrupción que de su existencia. Como si algo fuera más grave no por suceder, sino por salir anunciado en algún medio de comunicación masivo. Puede que esa sorpresa sea la misma que en la opinión genera el saber que la paramilitarización está siendo castigada en niveles altos de poder, esa misma paramilitarización por ella tolerada, aceptada como mal menor. En ese caso, la sopresa hipócrita sería el refugio al que quedaría reducida esa opinión al caer en la cuenta de la podredumbre presente en sus anteriores simpatías, a propósito de la posibilidad que los recientes acontecimientos nos ha dado, de ver desplegadas las consecuencias hasta las que se puede llegar a causa de haber aceptando postulados basura.
Los colombianos que sabemos tenemos que construir el país que queda, repito, esperamos serenos a que sean "descabezados" efectivamente de sus dignidades quienes tengan responsabilidades que asumir, pero ello al margen de tanta bulla y sorpresa exagerada.
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