Jamundí

La situación de la muerte de 10 policías de un cuerpo élite antinarcóticos y un civil la semana pasada apesta. Todos sabemos de los nexos que existen y han existido a lo largo de décadas entre militares y paramilitares. La guerra en Colombia está cruzada por el narcotráfico de un extremo a otro. Así que es posible que el ejército estuviese defendiendo los intereses de personas bien sea por narcotraficantes o por paramilitares.

El caso me causa náuseas, no sé si por la magnitud del despliegue de fuerza, aún a pesar de que evidentemente llegaría a ser público. No quiero imaginar de qué son capaces las fuerzas militares, no solo estatales, en lo más oculto de la geografía nacional. Los casos de infiltración del DAS han dado muestras de que las fuerzas del estado en más de una ocasión han llegado a estar al servicio del narcotráfico a cambio de dinero, constituyéndose en simples empleados o mercenarios al servicio de la mafia. ¡Cuánta fuerza puesta a las órdenes del mejor postor!

No le tengo odio especial a las drogas. Y no tolero a los narcotraficantes más por mafiosos que por narcotraficantes. Si algo no es legal, no debe hacerse y punto. Si estás en desacuerdo con que algo sea ilegal, debes hacer todo lo que esté a tu alcance para promover debates en escenarios democráticos que conduzcan a la transformación del ordenamiento jurídico por vías establecidas. Lo que no le perdono a los mafiosos es que crean que pueden pasar por encima de la institucionalidad del país porque tienen plata. Que hayan decidido meterse en un negocio ilícito solo por lo rentable que es. Pero, para serles sincero, el narcotráfico me es moralmente reprochable por ilícito y no por narcotráfico. Nos hace falta en Colombia una cultura de la legalidad en todos los niveles. Sin embargo, estoy de acuerdo con que el negocio de la droga llegue a ser legal, lo cual no significa, reitero, que crea que traficar con drogas, hoy, en Colombia y en muchas partes del mundo, sea ética y moralmente aceptable. "Solo" porque es ilegal. ¿Cuántas veces me han ofrecido droga a mí en la calle? Por más triste que sea mi personalidad, jamás he sentido verdaderas razones o motivos para matarme. Si algún día decidiera consumirlas, la tragedia estaría en que algo me condujera a dar al traste con mi vida y no en la posibilidad de la existencia de negocios que se lucren con mi autodestrucción. Si de autodestruirme se trata, siempre tendré más de una opción a mi plena disposición. Podría, incluso, intentar dejar de respirar, aunque sea casi imposible morir de esa forma. Pero insisto, la tragedia estaría en la causa de mi pérdida de ganas de seguir o en la estupidez de combatir el tedio de esa manera.

No me gusta que existan industrias que se lucran de la muerte y la degeneración de seres humanos, como la industria de armamento y de las drogas. Pero su existencia no puede eliminarse por la fuerza sino por rechazos de opinión, a través de decisiones de mayorías de personas. Colombia tiene heridas profundas inflingidas tanto por la mafia como por los grupos armados al margen de la ley. De nuestra historia sangrienta se desprende que a veces nos cueste perdonar a los paramiltares más por narcotraficantes que por paramilitares. Lo cierto es que, guardando las proporciones, no puede resultar más grave para el sistema judicial el enriquecerse a partir de tráfico de drogas que descuartizar con motosierra. A pesar de que para mí el principal móvil de la ética debe ser una noción personal de buen gusto, no puede parecernos más grave que alguien sea narcotraficante por traqueto que por mafioso. Quiero decir, no nos puede parecer peor algo por vulgar que por ilegal, aunque lo ilegal definitivamente siempre tendrá para mí algo de vulgar insoportable.

Lo tenebroso está en el nivel de presión que pueden generar las industrias de la autodestrucción humana sobre el ordenamiento del mundo, sobre los destinos de millones de personas, movidos por razonamientos lógicos que conducen a la maximización de su beneficio particular. (Y pensar que la pérdida de fe en la propia especie es reproducida por gente que comienza apostándole a la degeneración de las personas). El poder es siempre una fuerza que deforma los razonamientos. La teoría económica neoliberal, por ejemplo, funcionaría bien si no tuviésemos en cuenta los desbalances de poder que en una relación comercial de competencia abierta introduce el hecho de que pongas a enfrentarse en un mismo plano a un "tiburón" con, yo qué sé, una mojarra. Siempre el más débil puede usar golpes de ingenio para salir adelante en desigualdad de condiciones, pero en principio no se puede considerar como justo un escenario tal. El poder que tienen las industrias de la destrucción de la especie, si es usado para causar y reproducir las situaciones que las lucran, introduce un grado de distorsión que hace más complejo el análisis.

No obstante, prefiero comenzar con confiar en la inteligencia de la gente, en que tratar a las personas como adultas contribuye a lograr que terminemos de constituir una especie adulta, y en que finalmente, de algún modo, cada generación siguiente dará pasos en la superación de las implicaciones de lo que tenemos grabado en los genes que de alguna forma podemos aprovechar, pero que no es sostenible a largo plazo, y que consiste en conformarnos con lo mínimo que podemos dar. En este caso, prefiero confiar en que medios como el que estoy usando en este momento promoverán a cada vez mayor escala la difusión de información y que la sensibilidad de las personas triunfará en la construcción de soluciones a los problemas complejos de nuestras sociedades, a través de la movilización de opinión y argumentaciones cada vez más sólidas.

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