amor

La forma de amor que he intentado vivir es aquella que solo es posible entre titanes, guerreros, gigantes, seres humanos independientes revestidos de grandezas. El amor como encuentro -y colisión ocasional amortiguada- entre esferas y no como unión de mitades. El amor como aprendizaje mutuo de seres humanos, incluso, como simbiosis agresiva entre especies, pero no como fusión pasiva y muda.

No estar juntos solo por mi temor o incapacidad de vivir en soledad, porque alguna falencia o debilidad sicológica me suponga una relación de dependencia frente a ti, sino por lo que para mi signfica o lo que a mi me inspiran tus maneras de ver e interpretar el mundo.

¿Qué mérito podría tener nuestra unión si ella estuviera asegurada? La dependencia, contrario a la sensibilería más común, resta calidad a las relaciones. ¿Qué gracia tendría nuestra unidad estable si alguno de los dos no tuviese la posibilidad de marcharse, bien fuera por una dependencia económica o por una restricción social?

Debes beber del veneno que aniquilará tu miedo: la incertidumbre, para acceder a las alturas de la forma de amor que enriquece e impulsa a sus participantes.

No me malinterpretes, todo encuentro de guerreros es incierto y dinámico, toda par de esferas es asimétrico, toda independencia o autosatisfacción es construible. Ningún estado de una asimetría es definitivo.

Tampoco reduzcas lo que digo a una mezquina lucha por la dominación. Los dioses de calidad luchan por el placer del encuentro de sus espadas, la colisión misma. El placer del encuentro de fuerzas, el despliegue de habilidades o la manifestación de perfecciones. La reducción del otro es un espectáculo demasiado bajo para el tipo de espectadores aludido.