Elogio de la Dificultad
La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiesta de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y, por tanto, también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes.Todas estas fantasías serían inocentes e inocuas, sino fuera porque constituyen el modelo de nuestros anhelos en la vida práctica.
Aquí mismo en los proyectos de la existencia cotidiana, más acá del reino de las mentiras eternas, introducimos también el ideal tonto de la seguridad garantizada; de las reconciliaciones totales; de las soluciones definitivas.
Puede decirse que nuestro problema no consiste solamente ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos: que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos mal.
En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor, y por lo tanto, en última instancia un retorno al huevo. En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida.
En lugar de desear una filosofía llena de incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente sí han existido.
Adán y sobre todo Eva, tienen el mérito original de habernos liberado del paraíso, nuestro pecado es que anhelamos regresar a él.
Estanislao Zuleta (1980)
Comentarios
El maestro Etanislao Zuleta ataca de frente y desde multiplicidad de argumentos las ideas fáciles que generalmente usamos de la felicidad. Yo mismo reciéntemente he vuelto a cazar pelea con la idea de felicidad en general, puesto que en la cotidianidad con frecuencia la encuentro correlacionada con la pasividad e incluso con la mediocridad; por lo menos la veo lejos del ímpetu por la excelencia.
Es más probable que alguien de recursos económicos espere de la vida la felicidad, que alguien pertenciente a la clase media o baja. Los últimos tendemos, más en países de tradición católica, a sacarnos sangre en cada arremetida de la vida; mientras que los primeros, generalmente se desilusionan con facilidad cuando la mermelada no llega, y por el contrario se agota, momento a momento, en la medida en que pasa el tiempo, y los restos de lo que alguna vez fuera un huevo, solo permanecen en la memoria.