Hebreos

El pueblo hebreo es un pueblo que ha pasado de una tierra a otra buscando un hogar, desde los tiempos de Abraham hasta hoy, -lo dicen ellos mismos y lo dice la raíz misma de la palabra "hebreo". Pueblo nómada, no es el único pueblo que ha conocido éxodos, reflorecimientos y migraciones. Ha luchado por un arraigo perdido en la tierra pero conservado en la cultura, la religión y la memoria compartida. Ha librado una larga batalla por la libertad, la igualdad ante la ley, la ciudadanía. Ha sido una minoría poderosa en diversos lugares pero también ha sido una minoría oprimida en otros, fue expropiado antes de los comunismos y los socialismos, bajo la misma lógica de Robin Hood que tanta sangre ha cobrado en la historia. Han estado en tantas partes y hecho parte de la historia humana de tantas formas, han vivido y muerto por tan diferentes ideologías y patrias, que es fácil confundirlos con la humanidad entera.

¡Qué historia tan dramática vienen hilando a través del planeta entero a lo largo de milenios! ¡Qué persistencia tan conmovedoramente humana han desplegado en conservar sus tradiciones, qué obstinación tan organizada y estructurada les ha permitido seguir hoy celebrando su sobrevivencia! Han intimidado y han sido agredidos por empecinarse en ser ellos mismos, resistirse a ser asimilados, actuar con independencia de los poderes locales, a veces incluso apoyando causas contrarias a los intereses de esos poderes locales. Han sido por tanto tildados de herejes, de traidores, de conspiradores y convertidos una y otra vez en chivos expiatorios de toda clase de desgracias ajenas. Han sido un pueblo multinacional, una red internacional desde tiempos no tan globalizados. Por tanto, despertaron hace mucho la misma prevención que hoy despierta cualquier compañía transnacional. Muchas de sus innovaciones culturales son hoy parte de la cultura compartida en la aldea global. Su desarraigo errante, su perspectiva independiente, su desgracia colectiva, ha dado frutos individuales en independencia y originalidad.

Han sido temidos por haber sido demasiado educados, han sido objeto de sospecha por haber sido demasiado científicos, organizados y librepensadores. Han sido una nación en medio de las naciones, con un interés propio, que ha apostado por las ofertas que más les prometieran, como es natural.

Han sufrido toda clase de persecusiones y han sufrido en carne propia la intolerancia y la brutalidad humana. Hoy ellos mismos siguen perdidos en la tierra que siempre consideraron suya por promesa divina, siguen siendo protagonistas de una carnicería espantosa atravesada de manipulación mediática de lado y lado, en nombre de la defensa propia, en frente de las cámaras en pleno Siglo XXI.

Para hablar de carnicerías, recordemos que el cristianismo no quiso ser otra cosa que un judaísmo para los gentiles, para todos -bastante democrático él- y terminó siendo durante siglos una maquinaria de tortura y de autotortura bastante adecuada a propósitos hegemónicos imperiales civilizatorios. Por desgracia nos cuesta mucho a los seres humanos liberarnos de los ríos de sangre, pero al margen de establecer qué civilización o religión, o partido político, o dinastía, ha matado más, quién mata más en defensa propia, en pro del equilibrio geopolítico del mundo, o de cualquier otra excusa, yo pregunto por la fuente de las energías humanas, la razón que explica los comportamientos sobresalientes y los desempeños colectivos excepcionales. A lo mejor su personalidad colectiva paranoide, justificada o no, ha sido su salvación.

La ventaja cultural de los judíos ha sido su desarraigo real y su lucha por el arraigo, por conservar el pasado, sus raíces, lo mejor de sus orígenes. Al igual que los estadounidenses, han sido maestros en fabular su propia historia y en sentir a Dios de su lado, en sus tribulaciones y en las nimiedades de sus vidas diarias. Creo que no existe experiencia más enriquecedora -y dolorosa- que el exilio, la comparación de culturas, rastrear la condición humana común en el espejo de otros procesos históricos. Sus éxodos han sido sus más grandes humillaciones, maldiciones si se quiere y al mismo tiempo su fortaleza, lo cosmopolita de su visión del mundo. La humanidad, como el pueblo judío, también anda dando tumbos hace tiempo, buscando una identidad, buscando un hogar; ha hecho muchos ensayos pero sigue buscando. La humanidad, como el pueblo judío, cree tener muy clara su identidad y el lugar de su hogar, pero su alma sigue lidiando con un profundo complejo de pérdida, aunque muy difícilmente lo reconocerá ante sí misma.

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