Padres e Hijos

Me gusta pensar en Dios no como un ente autocomplacido en su soledad perfecta, puesto que la vanidad de una autocomplacencia tal en su superioridad estática, empañaría su perfección y grandeza.

Me gusta mejor pensar que Él también prefiere una relación con sus criaturas e hijos adoptados, más parecida al amor filial humano.

Un papá humano no disfruta de las caídas de su hijo, pero también se cuida de no malcriarlo con cuidados excesivos que lo puedan volver muy frágil, inseguro o dependiente.

Un papá humano se llena de gozo y orgullo cada vez que su hijo da muestras de progreso e independencia.

Ser buen papá es formar a los hijos para que algún día lo menos lejano posible, ellos ya no le necesiten.

Ser un buen papá incluso pasa por darle a los hijos todas las herramientas materiales y culturales para que puedan ser mejores que él en todo.

De un papá se espera que no compita con sus hijos y de un hijo se espera que compita con su papá hasta superarlo.

La relación de padre a hijo es naturalmente una relación de transferencia neta hacia el hijo, naturalmente asimétrica, aunque no está de más que los hijos intenten compensar esta situación de privilegio con atenciones y reconocimiento hacia sus padres.

En consecuencia no me gusta pensar en Dios como un ser irascible, que fácilmente se pueda sentir amenazado ante el progreso científico de la humanidad. Todo lo que podamos descubrir ya lo sabe Dios, y además Él, como buen papá, se siente orgulloso cada vez que una de sus criaturas da saltos hacia Él. Tampoco se sentirá amenazado el día (remoto, remotísimo aún) en que la humanidad lo iguale en conocimiento. No es pecado saber más, es un deber y un deber grave. Saber más, como suena ya casi obvio, supone mayores retos y enfrentar nuevos dilemas. Saber más implica enfrentar el peso de la responsabilidad de tener en las propias manos la posibilidad de hacer realidad cuadros apocalípticos de diferentes niveles de horror, y sin embargo tener pulso suficiente para preservar todo lo que crece, siente o piensa.

Ojalá Dios se pueda sentir cada vez más orgulloso de nuestros progresos; que observe con orgullo el ímpetu con que damos nuestros pasos y el cuidado con el que ponderamos la gravedad de la responsabilidad que vamos conquistando día tras día.

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