Murió el monstruo
La semana pasada me sorprendió haber escuchado comentarios mucho más presentables de militares que de civiles respecto a la muerte de Víctor Julio Suárez, Alias "Mono Jojoy".
Las expresiones del ministro de defensa fueron por lo menos tontas, banales, destempladas.
Creo que todos tenemos derecho a sentir alivio ante la muerte de semejante mercader de la muerte y el sufrimiento colombianos. De allí a mostrarse "alegres" hay el mismo abismo que entre el sentirnos víctimas y caer en el comentario trivial.
Por tanto, más allá del alivio, más allá de que frente a un malo como Suárez o Briceño o como se llamara, Colombia se comporte como víctima, incluso después de que se muriera, lo importante es seguir tomando posturas que aseguren que vamos camino a terminar la guerra.
Yo soy de los que piensan que las guerras se ganan también y sustancialmente con palabras y actitudes, marcos legales y cuerpos de argumentación. Cuando el Estado mata debe actuar con una sobriedad que salte a la vista como contraste respecto a cualquier pistolero. Que el Estado actúe con precisión para cumplir con estándares humanitarios internacionales y darle prioridad a preservar la seguridad de soldados y civiles, no es sólo motivo de orgullo e identidad por parte de la sociedad, sino un elemento ofensivo clave en las batallas aún más importantes por la evidenciación de la legitimidad.
Es buen síntoma que los más malos de las FARC mueran ante la acción militar del estado, como desenlace inevitable de la posición ultrabelicista, sanguinaria e intransigente de esta guerrilla, y al mismo tiempo la sociedad responda ante las muertes de sus agresores con la madurez de quien ha superado su victimización, con mirada de largo plazo y manteniendo claridad en contra de la violencia como forma válida de acción política. Enhorabuena fueron los mismos militares a quienes escuché más prudentes y cautos en sus pronunciamientos.
Alguna vez le escuché decir a un militar que quienes conocen la guerra, quienes saben hacerla y le han visto la cara al horror, son menos propensos a caer en la exaltación poética o épica de la muerte y la sangre, y suelen arriesgar sus vidas más por un sentido de servicio, es decir, por defender palabras y conceptos como Seguridad, Patria, Estado de Derecho, Democracia, etc, que porque disfruten o encuentren belleza o placer en la guerra. Suena demasiado bien para ser verdadero, pero la manera como escuché expresarse a los militares las semanas pasadas respecto al logro de dar de baja a un enemigo público cotizado afirmaría esa teoría.
Lo verdaderamente triste es el cuadro de alguien tan "atravesado", y al parecer tan servil y obedientemente carnicero, que todo un país se pueda sentir por lo menos aliviado una vez desaparece.
Ahora bien, no son nuestra culpa los collares bombas ni el vidrio molido en la comida de policías. Culpa de todos es culpa de nadie. No es estratégico estar mandándoles a los pícaros de hoy y de mañana el mensaje de que es válido derramar sangre humana por reivindicaciones sociales, económicas o políticas, con la garantía de que mientras no hagamos de Colombia el gran país que soñamos, siempre habrá quien los libere de sus culpas y delitos en el terreno de los argumentos, explicaciones y justificaciones, para transferírselos a la injusticia en abstracto.
Que porque los ricos me miran feo, que tan malos los mezquinos, que tan estrechas las miradas, que tan ricos los ricos y tan pobres los pobres, que porque estamos fragmentados o no sabemos quiénes somos, que porque no hemos sido capaces de construir una fraternidad en la diferencia racial y cultural que nos caracteriza. Son todos fueques. Nada justifica la carnicería, nada legitima más que protejer genuinamente la vida, especialmente la vida de los civiles, los desarmados y sus respectivos tejidos sociales.
Todos los retos grandes que tiene Colombia en su camino hacia consolidarse como una verdadera nación grande, se solucionan en grande, en la política, en el discurso público. Colombia debe seguir tomando la decisión de mandar a callar con la mayor de las insolencias civiles, con la mayor de las autoridades morales y el más consecuente aprendizaje histórico desde todas sus fosas comunes y todos sus horrores, a los violentos en el espacio de la política.
Si quiere decir "mu" en el espacio político primero desmovilícese, repare convincentemente a sus víctimas y negocie con los jueces hermanito. De lo contrario se calla carajo, y déjenos a los ciudadanos pactar las soluciones que seamos capaces de imaginar, diseñar y realizar en el espacio de la política.
Las expresiones del ministro de defensa fueron por lo menos tontas, banales, destempladas.
Creo que todos tenemos derecho a sentir alivio ante la muerte de semejante mercader de la muerte y el sufrimiento colombianos. De allí a mostrarse "alegres" hay el mismo abismo que entre el sentirnos víctimas y caer en el comentario trivial.
Por tanto, más allá del alivio, más allá de que frente a un malo como Suárez o Briceño o como se llamara, Colombia se comporte como víctima, incluso después de que se muriera, lo importante es seguir tomando posturas que aseguren que vamos camino a terminar la guerra.
Yo soy de los que piensan que las guerras se ganan también y sustancialmente con palabras y actitudes, marcos legales y cuerpos de argumentación. Cuando el Estado mata debe actuar con una sobriedad que salte a la vista como contraste respecto a cualquier pistolero. Que el Estado actúe con precisión para cumplir con estándares humanitarios internacionales y darle prioridad a preservar la seguridad de soldados y civiles, no es sólo motivo de orgullo e identidad por parte de la sociedad, sino un elemento ofensivo clave en las batallas aún más importantes por la evidenciación de la legitimidad.
Es buen síntoma que los más malos de las FARC mueran ante la acción militar del estado, como desenlace inevitable de la posición ultrabelicista, sanguinaria e intransigente de esta guerrilla, y al mismo tiempo la sociedad responda ante las muertes de sus agresores con la madurez de quien ha superado su victimización, con mirada de largo plazo y manteniendo claridad en contra de la violencia como forma válida de acción política. Enhorabuena fueron los mismos militares a quienes escuché más prudentes y cautos en sus pronunciamientos.
Alguna vez le escuché decir a un militar que quienes conocen la guerra, quienes saben hacerla y le han visto la cara al horror, son menos propensos a caer en la exaltación poética o épica de la muerte y la sangre, y suelen arriesgar sus vidas más por un sentido de servicio, es decir, por defender palabras y conceptos como Seguridad, Patria, Estado de Derecho, Democracia, etc, que porque disfruten o encuentren belleza o placer en la guerra. Suena demasiado bien para ser verdadero, pero la manera como escuché expresarse a los militares las semanas pasadas respecto al logro de dar de baja a un enemigo público cotizado afirmaría esa teoría.
Lo verdaderamente triste es el cuadro de alguien tan "atravesado", y al parecer tan servil y obedientemente carnicero, que todo un país se pueda sentir por lo menos aliviado una vez desaparece.
Ahora bien, no son nuestra culpa los collares bombas ni el vidrio molido en la comida de policías. Culpa de todos es culpa de nadie. No es estratégico estar mandándoles a los pícaros de hoy y de mañana el mensaje de que es válido derramar sangre humana por reivindicaciones sociales, económicas o políticas, con la garantía de que mientras no hagamos de Colombia el gran país que soñamos, siempre habrá quien los libere de sus culpas y delitos en el terreno de los argumentos, explicaciones y justificaciones, para transferírselos a la injusticia en abstracto.
Que porque los ricos me miran feo, que tan malos los mezquinos, que tan estrechas las miradas, que tan ricos los ricos y tan pobres los pobres, que porque estamos fragmentados o no sabemos quiénes somos, que porque no hemos sido capaces de construir una fraternidad en la diferencia racial y cultural que nos caracteriza. Son todos fueques. Nada justifica la carnicería, nada legitima más que protejer genuinamente la vida, especialmente la vida de los civiles, los desarmados y sus respectivos tejidos sociales.
Todos los retos grandes que tiene Colombia en su camino hacia consolidarse como una verdadera nación grande, se solucionan en grande, en la política, en el discurso público. Colombia debe seguir tomando la decisión de mandar a callar con la mayor de las insolencias civiles, con la mayor de las autoridades morales y el más consecuente aprendizaje histórico desde todas sus fosas comunes y todos sus horrores, a los violentos en el espacio de la política.
Si quiere decir "mu" en el espacio político primero desmovilícese, repare convincentemente a sus víctimas y negocie con los jueces hermanito. De lo contrario se calla carajo, y déjenos a los ciudadanos pactar las soluciones que seamos capaces de imaginar, diseñar y realizar en el espacio de la política.
Comentarios