El mal menor

Pese a que hasta sus contradictores le reconocen al actual presidente de Colombia el logro de sus avances en seguridad, él sigue usando el argumento maniqueo de que quien haga gala del menor nivel de inteligencia e integridad moral realizando la menor observación posible sobre los efectos de sus políticas y desaciertos, es equiparable a las vomitivas FARC.

La Colombia de mis sueños no merece tener que resignarse a un gobierno concentrador de poder, falto de talante y seriedad democrática, intolerante a la crítica más argumentada, con la desfachatez de los cohechos y las compras de votos y conciencias, que co-gobierna con unas mayorías, un congreso y unas votaciones atípicas, signadas por la influencia paramilitar; un gobierno autista que persiste en honrar con premios y nombramientos a gente con las más serias sindicaciones humanitarias.

La Colombia de mis deseos no tiene por qué resignarse a los excesos del DAS, ni a quienes gobiernan con coaliciones de orígenes tan escabrosos, ni a la politiquería de Agro Ingreso Seguro o a una Democracia capturada por mafias, gremios y avivatos. Colombia merece superar el argumento leguleyo y la cultura de la trampa, del avispado, la burla descarada de topes de financiación de campañas y las subsecuentes burlas al público con lavadas de manos y de espaldas que ignoran a conveniencia, selectivamente, explicaciones fundamentales.

Este país debe ser gobernado con respeto, con seriedad sincera, no con bravuconerías, autismos infantiles, ni compras de conciencias. Este país necesita educación, ejercer derechos, cumplir deberes, no limosnear favores y dádivas en consejos comunitarios; preocuparse más por su futuro que por la imagen del mesías de turno; construir su historia más que sufrir las pretensiones de quienes juegan a ser imprescindibles y a torcer sectariamente los argumentos para asegurarse un pedestal en la historia amañada del oficialismo del momento.

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