Dos mil años

Hay algo admirable en la simplicidad auténtica, la humildad no impostada. A un Papa de la Iglesia Católica le corresponde dar la cara luego de dos mil años de historia. Dos mil años en los que caben toda suerte de horrores, debates, corrupciones, depuraciones, aprendizajes, abusos, innovaciones, perdones y reincidencias. A un Papa de la Iglesia Católica le corresponde ver todo esto, ver incluso las luces y la putrefacción de la Iglesia del momento presente y seguir creyendo en ella y en el mundo; ella no tiene la excusa del recién llegado, que pide un poco más de tiempo mientras adquiere la experiencia suficiente.

Decía que hay algo admirable, a veces divino, cuando una institución humana, milenaria como esta, levanta dos mil pesados años de tradición para aprender, pedir perdón y rectificar el camino. Cuando, en lugar de huir de sus pesadillas, sus encrucijadas y sus pecados, los mira de frente, los confronta y los supera sin aspavientos.

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