Trombones un jueves
Es imposible que el intérprete desaparezca, que el instrumento vibre con tanta alma por sí mismo, pero él, su ondulante acompañante, esos huesos de carne estremecidos, parece olvidarse de sí mismo, parece querer desaparecer y dejar su corazón palpitando en el aire, sin latir, ocupando el espacio vacío, el mismo alarmante vacío dentro del metal estilizado, volverse música, tender vasos sanguíneos dentro del cuerpo del tiempo, tejer vida entre paredes frías, hacer arder láminas sordas, y transferirle vida y voluntad a varillas huecas, desde las cuales delatarse el artista en su verdad de marioneta que es sostenida desde lo que sostiene y es descifrada desde la simplicidad de una voz sin vientre que canta en la penumbra.
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