Élites
Hace falta un mínimo principio de estética en los tiempos de George W. Bush y la alta tecnología.
Durante los años que hoy llamamos "Renacimiento" nació para la historia una clase social comerciante cuyos aportes no fueron menos que revolucionarios. Se trata de la llamada "burguesía". Ellos desarrollaron la ciencia, se revelaron en contra de la iglesia católica y Reformaron la manera de vivir la religiosidad humana. Instauraron un humanismo del que aún no nos hemos librado. Promovieron discursos grandilocuentes entorno a la libertad, la autonomía y la igualdad. Obtuvieron poder económico al hacer el papel de sinapsis entre los feudos del medioevo y el poder político, a partir de revoluciones en las que movilizaron masas con la ayuda de su discurso igualitario. Instauraron la democracia, y es el día en que hoy siguen exportándola, a sangre y fuego. Promovieron la idea de la posibilidad de la interpretación individual del texto sagrado cristiano e instauraron una devoción exacerbada en torno a la interioridad del individuo, a la augusta oscuridad de la razón humana, como si la razón no fuera un patrimonio colectivo. Llegamos a creer que la única racionalidad posible es la positivista, empírica, basada en evidencia. Hoy seguimos atrapados en la imposibilidad de ensanchar los horizontes de nuestras vidas, desde los esquemas tranquilizadores de una forma de racionalidad limitada.
Hace falta quien se comprometa en dejar de reducir las aspiraciones elevadas de los seres humanos a herramientas de legitimación de acciones mucho más básicas.
Durante los años que hoy llamamos "Renacimiento" nació para la historia una clase social comerciante cuyos aportes no fueron menos que revolucionarios. Se trata de la llamada "burguesía". Ellos desarrollaron la ciencia, se revelaron en contra de la iglesia católica y Reformaron la manera de vivir la religiosidad humana. Instauraron un humanismo del que aún no nos hemos librado. Promovieron discursos grandilocuentes entorno a la libertad, la autonomía y la igualdad. Obtuvieron poder económico al hacer el papel de sinapsis entre los feudos del medioevo y el poder político, a partir de revoluciones en las que movilizaron masas con la ayuda de su discurso igualitario. Instauraron la democracia, y es el día en que hoy siguen exportándola, a sangre y fuego. Promovieron la idea de la posibilidad de la interpretación individual del texto sagrado cristiano e instauraron una devoción exacerbada en torno a la interioridad del individuo, a la augusta oscuridad de la razón humana, como si la razón no fuera un patrimonio colectivo. Llegamos a creer que la única racionalidad posible es la positivista, empírica, basada en evidencia. Hoy seguimos atrapados en la imposibilidad de ensanchar los horizontes de nuestras vidas, desde los esquemas tranquilizadores de una forma de racionalidad limitada.
Hace falta quien se comprometa en dejar de reducir las aspiraciones elevadas de los seres humanos a herramientas de legitimación de acciones mucho más básicas.
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